Martín Fierro de la Moda 2023 o el día en el que empaticé con Stephanie Demner
No contenta con haberme pasado el último mes criticando las ternas, escribí este texto poco amable sobre la premiación.
Este fin de semana empaticé con Stephanie Demner.
Jamás pensé que esto iba a ocurrir ya que, por lo general, no sé nada de su vida. Su vocabulario me resulta muy reducido y pienso que se excede en el uso de diminutivos; publicita absolutamente cualquier cosa —por un módico precio— y lo hace indiscriminadamente; y sus consumos culturales —Disney y poco más— me deprimen, por no decir que me preocupan: ¿cómo podría empatizar con alguien que no consumo ni conozco?
Tal vez sea una excelente persona, amiga, una experta interlocutora, una gran madre, una confidente excepcional. No lo sé. No me interesa. Su cartera de productos no me interpela como consumidora, y eso es todo.
Hablo en estos términos porque de eso se trata la cosa: del consumo. Tengo una Licenciatura y un Master of Science en negocios y eso me llevó a leer muchos —demasiados— casos de estudio de Harvard Business Review. Es decir, reconozco un modelo exitoso cuando lo veo. Y más si es uno que es importado —¿o calcado?— de la influencer —en su acepción moderna y ¿empresarial?— más importante de la historia: sí, otra vez hablo de la Ferragni.
La tarde noche del sábado 2 de diciembre se celebraron en la Usina del Arte los Martín Fierro de la Moda. El evento, al que asistieron las mismas personas de siempre, fue televisado por América y conducido por Valeria Mazza y Ángel de Brito. Arrancó con un desfile —mal iluminado y bastante inquietante— y terminó de la misma manera que empezó: sin generar absolutamente nada.
No quiero revisar y/o comentar las ternas —el primer error garrafal de la edición— ni tengo interés por lo que usaron los asistentes o por elaborar teorías conspirativas respecto a los resultados. Esa labor enciclopédica se la dejo a los medios tradicionales o a cualquiera con más voluntad que yo. Sobre los premiados, aquí algunos que destaco desde la perspectiva estrictamente de la moda —y no la TV—: Gustavo Pucheta, como Mejor diseñador innovación; Imán Kaumann, Mejor modelo; y Pablo Ramírez, con el Martín Fierro a la Mejor trayectoria como diseñador. Adoro a Carla Peterson, a Pampita, a Lali, a Flor de la V, a Iván de Pineda, a Moria Casán, pero no veo lo interesante de hablar mucho más de ellos.
Y eso nos deja con la derrota de Stephanie Demner, un descargo entre lágrimas en Instagram y la polémica que nació o quiso instalar por el premio a Mejor influencer que se llevó a casa, ante la desatenta mirada del público, Angie Landaburu.
Tampoco había mucho de dónde elegir: Angie, con una personalidad digital aceitada y forjada a fuerza de mímica e inversiones millonarias, compitió con Wanda Nara —que debería estar nominada a los Grammys por su hit Bad Bitch—, Lizardo Ponce, Zuzu Coudeu —una futura ganadora: su aparición en la escena es muy reciente—y, obviamente, la Demner. (La omisión de una persona en específico fue adrede). Era inevitable que, en una terna de moda, ganase una de las únicas dos personas —i.e. Ángeles y Azucena— que realmente tienen algo que ver con la industria.
Sin embargo, y volviendo al principio de esta entrega, entiendo el enojo de Stephanie Demner: ¿quién más es el arquetipo del influencer sino ella? Ella, tan aspiracionalmente argentina, tan Chiara Ferragni criada a empanadas, ¡tan estética y espiritualmente el free shop de Ezeiza! ¿En dónde reside la verdadera influencia? ¿En lo inalcanzable, estandarizado y extranjerizante de Angie Landaburu? ¿o en la real embajadora del gusto y el deseo de nuestros compatriotas (ir a Disney y hacer shopping en Orlando, comprar el último iPhone, tener un marido deportista y una hija apta publicidad)?
Desde una perspectiva de negocios, Stephanie Demner y Angie Landaburu desarrollaron modelos diametralmente opuestos en la creación de su marca personal. Mientras que la primera apela a un mercado masivo y polirrubro y se apalanca en su exposición para generar ventas en su negocio de maquillaje y skin care; la segunda apunta a un segmento de lujo de moda y poco más, a un posicionamiento de élite que responde a los consumos de los mercados de high fashion internacionales. Sus propias personalidades —que no son, necesariamente, las reales— lo indican: la primera se muestra transparente, amigable, humana mientras que la otra da la sensación de ejercer un control obsesivo sobre su estética y su narrativa, es decir todo lo que se supone que es la moda.
Ambas estrategias requieren trabajo (e inversión): la atención a la imagen, la creación constante de contenido, el mantenerse relevante pueden ser factores psicotizantes para cualquiera. Pero aún así, sabiendo que los caminos se escinden tanto que no es lo mismo hablar de una ni de otra y con el aburrimiento y malestar que me suele generar ver en cualquier lado el enfrentamiento de dos mujeres a los fines de generar lío, entiendo que Stephanie sienta que le robaron el premio que por derecho de piso, por no ser sujeto de los rumores de compra de seguidores, por representar el Argentine Dream, merece. Lo entiendo. Y por eso este fin de semana empaticé con ella.
Gracias por leerme. Estoy siempre en Instagram, Twitter y en pola@revistapola.com.
P.S.: En una nota de color y sin más malicia que la de informar, me interesaría saber si alguien efectivamente ganó la cartera Jacquemus que Angie prometió para aquel que la etiquetase más veces en un post del Martín Fierro de la Moda. Si esa persona existe, que nos lo comunique, por favor.
gracias pola, no esperaba menos de vos. Levantaste mi animo de domingo!