Obsesionario de moda #3: Carla Bugarín, la mujer del traje gris
La fundadora de CABU, la marca de sastrería femenina Made in Argentina, celebra los 17 años de la marca con una entrevista en Moda & Champagne.
Podría decirse que todo lo que uno necesita saber sobre Carla Bugarín ya ha sido escrito. Algunos empiezan por su estudio, ubicado en el sexto piso de un edificio francés en la esquina de Coronel Díaz y Güemes, a 180 metros de la casa de Charly García. Otros, todos, hablan de ella, usando palabras como rebeldía, como extravagancia, como revolución, como punk, como autenticidad, como ícono. Dicen que es brutalmente honesta, que es graciosa, que es verborrágica y enumeran, más o menos de la misma manera, los hitos de su carrera:
que empezó a trabajar como estilista a los 21;
que abrió su primer negocio de indumentaria —sin inversión— a los 23 años;
que es Licenciada en Publicidad;
que CABU, su marca de ropa, se especializa en sastrería femenina;
que tiene, al día de hoy, 164 mil seguidores en Instagram (“soy una persona con influencia, no una influencer”);
que es panelista de moda en el programa de Vero Lozano;
y que, agrego, será Jurado de Honor en la próxima edición de los Martín Fierro de la Moda.
Sin embargo, no he podido encontrar aún la única palabra verdadera; la palabra que logra alejarla del solitario lugar del ser performático, carismático, poderoso, distante, estructurado que es, o parece ser, Carla Bugarín, la referente de la moda argentina que celebra, este año, el 17 aniversario de su marca CABU:
Impulsora.
Usó color cuando nadie más lo hacía; llevó las etiquetas de sus prendas hacia afuera antes que Gucci; pasó años descubriendo y comercializando el trabajo de diseñadores emergentes; desarrolló la Tailor Line de CABU y creó la primera marca argentina de sastrería femenina de calidad; e incluso, hace un par de días, cuando pasé por el estudio a buscar unas prendas para la Feria del Libro de Rosario, se ofreció a ayudarme con las capacitaciones a pequeñas emprendedoras que voy a realizar junto a la ONG Mujeres 2000. Esa es Carla Bugarín: una arquitecta de la escena de la moda local, una impulsora de talentos, una creadora de tendencias.
¿Qué rol cumple la ropa en tu vida?
C: Primero, es de lo que vivo, la indumentaria es mi ingreso. Segundo, es un medio de expresión que para mí es algo cotidiano, como comer. Disfruto vestirme. Mi vieja me contó que a los ocho, diez años miraba Donna Moda en cable —lo conducía Fabiana Araujo— armaba looks y hacía monólogos en el espejo o ponía a todos los muñecos y les hablaba. También de más grande me rateaba del colegio para ir a comprar ropa usada.
¿Tu familia influyó en vos desde lo estético?
C: Mi abuela de parte de mi papá era loca de la sastrería y se llamaba Teresa. Era más mala que la peste pero le encantaba vestirse. Le robaba todo: me iba de su casa con los bolsillos llenos de collares, de aros, ¡y todavía los tengo! A mi hija le puse Teresa no por ella sino porque me parece un nombre fuerte y vintage.
¿Por qué lo vintage?
C: No sé, tengo como una nostalgia. No hay una explicación, me gusta lo de antes. No tal cual, si no ya es un disfraz, pero me fascina la reversión de lo vintage. Lo veo diferente: los diseñadores de antes inventaron todo y ahora nadie inventa nada. No hay nada nuevo.
Además, hay mucha comunicación. Sin tanta información uno es más creativo y usa más la imaginación. Con tanto bombardeo de imágenes la creatividad se traba y te terminas copiando sin querer. En cambio, antes no había nada. Yo escuchaba música y me inspiraba con eso.
¿Qué escuchás?
C: De todo. Desde Pablo Lescano a los Peppers, jazz, tango. Tengo un gusto musical muy amplio.
¿La música es tu gran fuente de inspiración?
C: Sí, la música y los músicos también, sobre todo los varones. Me gusta más la ropa de hombre que de mujer. La sastrería en su momento era algo más de oficina pero los músicos siempre la usaron y la mostraron desde otro lado.
¿Y en cuanto a lo visual?
C: Me encanta Yves Saint Laurent. ¡Qué perfección! Hasta en la actualidad con Anthony Vaccarello sigue reflejando eso. No pasó lo de Balenciaga que se fue al carajo. Thom Browne, porque sale de lo común, hace sastrería y es un loco todo lo que diseña y cómo comunica. Además, soy muy fanática de las actrices y del estilo francés, me gusta mucho cómo se visten las francesas que son re minimalistas y sencillas pero usan prendas de buena calidad.
¿En qué momento surge la necesidad de crear CABU?
C: Cuando me cansé de vender la ropa de otros. En un momento tenía 14 marcas, ¡imagínate lo que es hacer el stock de 14 marcas! Ahí me harté y decidí empezar a hacer la ropa que me gusta a mí.
Primero hice remeras y después, en 2013, saqué un stiletto de gamuza de cabra con taco de madera en todos los colores que te puedas imaginar. En ese momento era algo que no se usaba mucho. Hay muchos zapatos de esa época que son icónicos como el de la hebilla de strass que fue una locura pero no lo pude hacer más por los insumos.
Ahora trabajo con Sebastián Raimondi, que es mi director creativo, y dos talleres de sastres —uno hace sacos, otro hace camisas, otro pantalones, otro chalecos, son específicos por cada prenda— y yo me dedico a la elección de telas que son casi todas vintage. El año pasado vino una chica con un tapado de paño de su abuela y era la misma partida de tela de los años ‘50 de un blazer. Eso es lo que más me gusta de esta parte de CABU: es una búsqueda.
Es muy rico plantear una marca desde lo textil, desde lo material, lo constructivo, cuando hay tanto foco en la foto, en lo efímero…
C: Exacto. Además, ahora que andamos con el tema de la compra consciente, para mí es sostenible comprar sastrería. Primero, es una prenda que vas a usar por años. Segundo, nunca pasa de moda. Hay gente que dice que la sastrería es aburrida, que es muy convencional pero yo creo que si vos sos aburrida, va a ser aburrida. Si no, no.
Desde atender únicamente de manera presencial a no trabajar con influencers, CABU rompe con muchas de las practicas típicas de la industria hoy. ¿Cómo va a evolucionar la forma en la que se vende y comunica la moda?
C: Para mí la gente se va a hartar. Si haces un buen producto no hace falta todo eso. Lo que yo hago es más personal: una campaña y fotos de clientas usando la ropa. Prefiero ver la marca y no la historia de un influencer. Como publicista lo veo como la anti venta total, es bizarro.
Pareciera que comunicar y vender de esa manera es un imperativo, ¿qué consejo le darías a la gente que está empezando?
C: Que no se guíen por lo que hacen otras marcas y que traten de comunicar ellos porque nadie va a sentir la marca más que su dueño o quienes laburan en ella. Un influencer, sobre todo en Argentina, te hace la publicidad a vos, a cinco más, te vende una olla, una crema y te mete en el medio que tenés 20% de descuento en Rappi. Basta.
Mucha gente podría llamarte influencer…
C: Soy una persona con influencia, no una influencer.
Más allá de la comunicación, ¿cómo ves el panorama de la moda argentina?
C: Veo que todos están haciendo lo mismo. Yo la etiqueta afuera la puse en 2021, algo que se hacía en los ‘50 en la sastrería inglesa, y a los seis meses lo hicieron las marcas europeas. Fuimos un poco visionarios con Raimondi pero también es algo que ya está hecho: trajimos lo vintage a la actualidad. Recién al año y medio las marcas argentinas salieron con la etiqueta. Están siempre veinte pasos atrás.
¿Cómo es tener una marca de ropa en Argentina?
C: Es complicado. Pero en cualquier rubro es complicado. Los insumos son un lío y en indumentaria y calzado los talleres son terribles por los tiempos: te dicen que te entregan y no te entregan. Encima en sastrería hay solo dos talleres así que yo ya me tuve que asegurar los tres meses de producción de invierno del año que viene. El día que se mueran no sé que hago porque no hay oficio.
Con eso en mente, ¿cómo ves el futuro de CABU?
C: No pienso en eso. Ya estoy un año y medio adelantada. Voy a seguir con sastrería, va a haber otras colaboraciones, va a entrar gente nueva y va a seguir.
¿Cómo planeas celebrar este aniversario?
C: Vamos a hacerlo con L’Officiel en un cocktail privado con clientas e invitados. Vamos a brindar, a pasar un buen momento y a festejar los 17 años de CABU y los 5 de L’Officiel.
Yo odio festejar mi cumpleaños pero este año entré al estudio y le canté el feliz cumpleaños a la marca. Para mí es un montón porque siempre lo hice yo, CABU es muy personal, soy yo.
Miro el teléfono: pasaron dos horas. Son las nueve y media de la noche y no resolví qué voy a comer. Seguimos hablando, Carla y yo, de cualquier cosa —su hija Teresa, sus chihuahuas, el arte del no cocinar, el frío de la mañana—, y ahora lo entiendo.
Ahora entiendo que todo esto fue una excusa, que sí es rebelde, extravagante, graciosa, una impulsora, que las cosas no serían lo mismo sin ella, pero que no es por eso que escribo esto. Que tampoco escribo solo por los 17 años de CABU ni para aliviar mi fanatismo con sus prendas. Escribo porque lo demás está todo dicho, y porque no hay forma de contar la moda en Argentina sin Carla, sin su icónica CABU, sin aquella elusiva sensibilidad que se esconde detrás de la dureza, la distancia, el poder de la mujer del traje gris.
Gracias por leerme. Estoy siempre en Instagram, Twitter y en pola@revistapola.com para sus consultas, comentarios y potenciales insultos. Les deseo un excelente fin de semana.