Yo quiero ser una chica Almodóvar
(no)Resoluciones de año nuevo inspiradas en el cine (y algo de ropa)
Quitemos lo peor del medio cuanto antes: sí, hace un mes que no les escribo. Prometí nunca dar explicaciones pero asentemos la cuestión en el hecho de que el tramo bisagra que va de diciembre a enero es un infierno de liturgias e imperativos que destroza mi espíritu. Demándenme, métanme presa, ¡no me interesa ni me arrepiento! Es más, seguramente lo haga de nuevo.
No tomaré resoluciones de año nuevo por no correr el riesgo de, una vez más, hacer todo lo contrario a lo que prometí. En cambio, estos días me empeñé en poner en palabras el zeitgeist de mi 2024. Así fue que me topé con la siguiente anécdota protagonizada por el artista Federico Manuel Peralta Ramos en el libro El Di Tella: Historia íntima de un fenómeno cultural (Paidós) del periodista Fernando García:
Peralta Ramos había accedido a la beca Guggenheim en 1968. Leámoslo a él, entonces, en una carta a la fundación, fechada el 14 de junio de 1971, donde justifica su legendaria patinada: «En cuanto recibí el primer aporte de la beca y anticipándome a lo que hoy es un movimiento internacional, consistente en un señalamiento artístico real, invité a un grupo de amigos (25 personas) a una comida en el Alvear Palace Hotel, invitándolos después a bailar a la boîte África, costó U$300. Una de las razones que me impulsaron a este tipo de manifestación es la convicción de que “la vida es una obra de arte” por lo que en vez de “pintar” una comida, di una comida».
Dentro de, digamos, una misma línea temática pero con un mayor grado de popularidad virtual, “Saltburn”, el film de Emerald Fennell de alto contenido erótico, fetichista y de crítica social, condensa a través de sus vestuarios la estética y actitud de joven rico de los ‘00 que a fuerza de delirio y consumos vintage podemos forjar. ¡La realidad nos persigue pero nosotros corremos más rápido!
Gafas en forma de corazón, botas de Jeffrey Campbell, leggings metalizadas, pailletes, smokings, wayfarers, botellas de champagne, amores de verano, fiestas de disfraces, Electronic Dance Music, paparazzis, celebridades, festivales, locaciones remotas sin celulares, what a fantasy! Arte, arte, arte, diría Marta Minujín mientras se arroja a hacer crowd surfing en un recital. O al combinar un vestido globo con un collar de perlas y lentes de color. Es una cuestión e-ner-gé-ti-ca.
Sintonizada en esa frecuencia, descubrí, luego de meses de intentarlo, cómo combinar una camisa que me regaló mi ex y que sentencié como hermosa pero demasiado conservadora para mí. (Ustedes saben que soy esclava del shock). El truco lo hicieron unas sandalias de flores blancas que combiné con un short de jean y algunos accesorios. No alego que el resultado sea transformador —no lo es— pero sí pienso que la mezcla funcionó por actitud, no por estética ni por innovación.
Además, consistente con la suerte de película cuasi adolescente que estoy escribiendo en mi mente sobre este verano (que incluye sandalias con flores), el viernes vi “Silvia Prieto” de Martín Rejtman, “Frances Ha” de Noah Baumbach (y Greta Gerwig) y tres de Pedro Almodóvar en Mubi. Tuve, luego de eso, una epifanía: hace meses que solo quiero consumir historias sobre mujeres. Mujeres realizadas, desesperadas, agotadas, solas, enamoradas, independientes, atrapadas, mujeres que conocí, mujeres que quiero, mujeres que odio —no me voy a hacer la virtuosa con ustedes—, mujeres como yo, al fin y al cabo.
Así es cómo me encontré a mí misma en la reacción de Brite ante el regalo de Gabriel —¡una muñeca de torta horrible a la que le dijo que se parecía!— en Silvia Prieto; cómo noté que viví algo parecido a Fleabag cuando le declaré mi amor a alguien y él me dijo que estaba confundida —¡ya se te pasará, le contestó el cura!—; cómo entendí que no puedo decir que defiendo el crimen de “Big Little Lies” pero que tampoco lo juzgo (no deja de ser ficción); y ni hablar de cómo me gustaría romper a hachazos el traje de una ex pareja y prender fuego la casa al igual que Tilda Swinton en su interpretación de La voz humana (2020), una adaptación de la obra de Cocteau por Almodóvar. Hay momentos en los que una solo quiere romper todo.
En mis 25 años de vida como mujer, el fantasma de la represión se ha manifestado en todos los ámbitos.
Lo encontré en mis enojos y en mis reacciones, cuando el temor de ser “una loca” me ha paralizado; en mi modo de vestir, por la inevitable posibilidad de que a algún tipo se le ocurriera violarme y matarme; en mis ambiciones, porque el mundo laboral fue hecho por y para los hombres; en mis relaciones, porque el carácter performativo de la feminidad es, ante todo, contradictorio y siempre corre el ¿riesgo? una de ser como Frances Halladay: undateable.
Lo más importante de todo es que no me considero, en virtud de lo mencionado, una víctima. Al contrario, casi siempre hice lo que quise gracias, obviamente, a la libertad económica y financiera que me brindaron y que busco brindarme a mí misma. Sé que no todas tienen esa suerte y que el contexto es, para muchas, una fuente de angustia.
Y como todo en esta publicación tiene que ver con la moda y los universos que la rodean, llegó la hora de que revele que escribí esto a modo de excusa porque no tengo nada para decir de los Golden Globes, de la Fashion Week ni de lo que usaron Jacob Elordi, Bella Hadid o Lali (porque lo puse en Twitter). Solo quería hacer este pequeño homenaje (¿acaso esto es mi versión de Los Fabelman?) al cine, a sus historias y a las mujeres que estas buscan retratar. Mujeres que, como yo, a veces quieren romper todo, jugar al tenis en tacos o dormir abrazadas con sus amigas. Feliz año, nos vemos en unos días.
Gracias por leerme. Estoy siempre en Instagram, Twitter, en pola@revistapola.com y en Letterboxd.
¿Silvia Prieto? Sí, soy yo. ¿Quién habla? Silvia Prieto.